Xov, 02 Abr 2020, 9:14
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (en arresto domiciliario)
Bueno, pues aquí seguimos. Reconvertidos, por la fuerza de los hechos, a niño burbuja con progeria.
Y todo por evitar contraer esa otra enfermedad, la del cuñadovirus, que por lo visto tampoco respeta demasiado a los jóvenes, entre los que, por cierto, tampoco uno se cuenta.
En general, contraer cosas, sea lo que sea que se contraiga, es ya malo de por sí, y tiene un efecto demoledor sobre la juventud de la que uno goce o crea que goza.
De lo que no cabe duda es que la única manera de contener la pérdida de la lozanía, inexorable, o al menos atenuarla, es por medio del deporte. En estos días, por tanto, y más que nunca, hay que esforzarse por aplanar la curva. La curva de la felicidad.
Sin embargo, no es tarea fácil con el confinamiento.
Como ya vimos en capítulos anteriores, correr por dentro del domicilio es actividad de riesgo, hacia uno mismo, y hacia el mobiliario de la casa, a menos que se tengan unas mínimas nociones de ebanistería.
De hecho, he sido veladamente acusado por la aparición de estigmas y laceraciones en los marcos de algunos cuadros, y/o el espejo del recibidor, que pretendía ser una antigüedad de gran valía, y que me abocó a una agria polémica con mi progenitora.
No me ha sido fácil sostener mis argumentos, teniendo yo los codos señalados también por la infamia.
Así que me he visto obligado a echar mano del último recurso que me quedaba. Al que bajo ningún concepto hubiera querido tener que dirigirme: La vieja bicicleta estática.
Esta bici si que es una antigüedad en toda regla. Su funcionamiento dudo mucho yo de que sea el correcto, y más aún, bien podría ser peor el remedio que la enfermedad.
Para empezar la postura sobre ella, ya de entrada se percibe como bastante incómoda. Los ajustes se reducen a una ruedecilla parecida a la de aquel somier en el que los rusos electrocutaban a Rambo, y el pedaleo, que voy a decir del pedaleo, es tan poco fluido que le lleva a uno a pensar que corriera una de esas clásicas de pavés por entre campos de tulipanes, que en el fondo nada tienen que ver con los tarros de margarina que pueda haber en la despensa.
Ese además es el otro gran inconveniente. Está situada en la cocina, que era donde en teoría menos estorbaba, pero con la particularidad de mirar, de estar enfilada, hacia la propia despensa. Teniendo delante de mis narices mientras sudo como un cerdo, las cocacolas, los cacaolats, todos los aperitivos salados, las tabletas de chocolate, con sus envoltorios entreabiertos insinuantemente dejando atisbar sus encantos a lo Gilda. Un desastre.
Y lo peor de todo, como ya digo - mira que es cutre el artefacto - es que la “marchetta” que lleva es de lo más arrítmica. Vamos, que si le quiero imprimir un poco de potencia al asunto, hasta parece que voy encima de un toro mecánico.
Bueno, pues nada más, seguimos experimentando. A lo mejor volvemos al running intramuros. No lo sé. Ahora he de esperar y ver cómo responde el cuerpo, con qué especie de agujetas misteriosas e incomprensibles, y en qué grado incapacitantes, para dar el siguiente paso en mi plan de innovación y desarrollo deportivo para monjas de clausura.
Bueno, no hay que desanimarse, regresaremos con más ganas cuando todo esto acabe...
...Si acaba.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.