Dom, 14 Feb 2021, 14:48
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Séptimo año del gato. Día 221. (12 de febrero)
La señora de las bolsas, el hombre con forma de pera, la loca de los gatos y yo. Ya estamos todos. Y vosotros que lo leáis.
Como tengo libres tres de cada cuatro tardes de viernes y restringidas las escapadas (aunque algún plan haya por ahí igualmente), son momentos propicios para ir a correr de día y ver algo más que las cunetas. Y también ser visto.
Conque arranco subiendo la calle donde vivo, que no es calle con aceras y tiendas sino camino de acceso, por la fila de casas de la urbanización, que no es urbanización uniforme sino conjunto semirrústico de chalés nuevos individuales y fincas descuidadas con ovejas, cabras y gallinas, y al tomar el giro a la izquierda y a la altura de los contenedores de plástico y vidrio me encuentro con la policía.
La policía son dos policías. Ríete del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Dos policías locales, jóvenes, que no son bajos, barrigudos y bebedores como los veteranos, no, éstos son espigados, fuertes, sanos, definidos de gimnasio, anchos de hombros y en postura de piernas abiertas, seguramente guapos incluso, y por un instante nos quedamos así, mirándonos cara a máscara.
Están llamando al timbre del portal de una vivienda de césped inmaculado; un par de veces hablé con el propietario porque, más por compasión que por afición, ha terminado montando una especie de colonia felina. Nadie sale y otra vecina acude presta a aportar conversación, información y rumores. Si ha ocurrido algo serio o si sólo lo buscan para notificarle que debe ir de presidente suplente a las elecciones catalanas, eso no lo sabré. Los cuatro esperando por él, los animales tomando los últimos rayos de sol, paso como si silbase, con actitud de despiste, no me dicen nada y continúo.
Por los viñedos y plantaciones de kiwis coincido con una pareja de paseantes. Se cubren al cruzarnos, que es la nueva señal de cortesía, como antiguamente quitarse el sombrero. Cierro la boca, me aparto a un lado, hago un hola con la mano y responden de buena gana.
Llego al Lago da Pedra, sigo por el río, y por fin doy la vuelta. Empieza a anochecer y prefiero evitar el tráfico y el arcén. Regreso por el mismo sitio, el merendero, el puentecito de madera, los senderos de tierra y charcos, las agujas de pino, los viveros.
Vuelvo a alcanzar a la pareja, ahora por detrás. Se giran, me reconocen, sonríen, saludan, ya no escenifican el paripé del bozal. No parece que vayan a denunciarme, salvo que sean agentes dobles intentando ganarse mi confianza. Qué escaso espíritu colaboracionista, qué desidia delatora, qué falta de implacabilidad. Qué vergüenza de ciudadanos.
Acelero en el tramo final para acabar los siete kilómetros en menos de treinta y cinco minutos. Los policías y la mujer se han marchado. Los gatos permanecen.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones