Mon, 03 Nov 2014, 21:13
Post subject: Re: Albariño-Ribeiro Runners (14/15)
Una crónica en clave de humor de mi participación en la carrera de este domingo para el que tenga el idem de leerla…
I Carreira popular de Monterrei, Albarellos (Ourense) 2014.
Se apunta uno a estas carreras de Limiactiva pensando ingenuamente que por ser llanas van a ser un paseo, y vaya por Dios la que nos lían.
Ayer, día de todos los santos, postrero a la noche del recién importado rito celta y por tanto pagano del Halloween, unos malévolos espíritus runneros nos proponían, no con chuches, sino con una excelente botella de vino de Monterrei el consabido truco o trato.
El truco, a diferencia de las pruebas de Xinzo, donde estos señores de amarillo, verdaderos amantes del atletismo, tienen por costumbre montarse sus correrías, consistía, en lo aparentemente plano del recorrido, que proyectado en unas interminables rectas, escondía una casi imperceptible y muy, pero que muy, recalcitrante pendientita.
Llegábamos a nuestro destino
Papa-Léguas y yo, no sin antes tomar un tétrico desvío al salir de la autovía das Rías Baixas para recorrer los kilómetros que quedaban por el sinuoso trazado de la vieja carretera de Madrid. Una especie de picado suicida, este último periplo, en cuyas cunetas la desasosegante estampa de las semiabandonadas áreas de frenado para camiones de gran tonelaje se antojaba como una incómoda advertencia de lo que estaba por venir.
No había cuidado, tras el letrero de Albarellos un amplio horizonte definía y acotaba los lindes de la serranía zanjando la reclamación de fronteras entre la sierra del Xurés y el macizo central.
Nos bajamos del coche y acudimos a por el dorsal. Departimos amigablemente con los correlegas y sus acompañantes, hubo saludos, posteriormente nos cambiamos de ropa, y en ese ambiente distendido y casi sin mover un músculo (es un decir) ya habíamos calentado. Afirma el refrán que el otoño verdadero, por san Miguel, el primer aguacero. Y mientras toda Galicia se empapaba, nosotros aun apurábamos nuestro particular veranillo. Ahí ya debimos haber sospechado.
Yo daba ya por amortizada la mañana, cuando por megafonía una voz coercitiva, un fa sobreagudo en medias corcheas, repletas de herzios y carente de emociones, llamó a la oración. No era el mufti de Jerusalén sino la señal de que debíamos congregarnos bajo el arco hinchable. De entre la muchedumbre se abría paso el nuncio de la autoridad, impertérrito frente a la barahunda, tocado de naranja de la cabeza al piramidal. Su rostro con expresión implacable, su mano derecha blandiendo arma de fuego. Ese debía ser el principio y fue el final. En el día que era onomástica de los beatos, empezaba a mascarse la fatiga y por ahí se acabó la paz de los cementerios.
Obedecimos religiosamente. En pocos segundos pasamos de solazarnos con los últimos rayos estivales de un sol matutino, pero de alguna manera crepuscular, a vernos inmersos en el incontinente y sudoríparo nerviosismo de los hipódromos.
No hubo que respirar durante mucho tiempo los vapores que producían los lixiviados de la adrenalina. No, no hubo que esperar mucho, en un solo, y quizá el único, gesto de aquel anaranjado edecán, la pipa que asía firmemente apuntó al infinito, sonó el petardazo y toda aquella multitud, entre la que yo mismo me agazapaba, comenzamos a correr como posesos.
Lo que allí se vio no fue una salida a lo loco, fue directamente una lobotomía. Todos con ganas de reventar las zapatillas, en un primer zigzag temerario, completamente acéfalo, para sortear el muro y la alambrada que de entrada se nos oponía. De ahí a la inhibición de todo lo que oliese a materia gris medió un suspiro prolongado en una amplia recta tendida a nuestros correosos pinreles, que animaba a soltar gas, y a fe que alegremente lo hicimos.
El arrebato inicial, desbocado, dio paso, sin solución de continuidad a una indolente estampida. El ímpetu de algunos, abonados de preferente en este mundillo, jornaleros del chip amarillo, aun diré más, de algunas, resultó en tal grado de osadía que obligó, no sé si a los palcos o la tribuna, a mi al menos, o bien a embarcarse en ritmos de keniata, o a refugiarse en convulsos grupettos huérfanos de liderazgo para intentar que toda esa agitación no desembocase en infarto y, como medida de seguridad, la patata se aviniese a unas mínimas pautas de cordura.
Una vez sofocado el motín cardiaco y dislocado el pedal del acelerador ahora eran los pulmones los que ya no me dirigían la palabra. Y aun cuando prestaba oídos incluso a la más disparatada de mis sensaciones, verdaderamente difícil era discernir si no lo hacían por enfado o por imposibilidad del habla y así, en esta atrancada tesitura, transcurrió la mitad de la prueba, enfrascados como estábamos, unos y otros, en no perdernos de vista.
Así fue la mayor parte de la travesía hasta que hubimos cartografiado, del concello de Monterrey, la mayor parte. Fue entonces, y en tornando a poniente, que el nuevo rasante se desenmascaró.
El trato, una vez desvelado el truco, lo inclinado del asunto, ya por narices, iba a consistir en reservar fuerzas para la vuelta.
Un regreso inimaginado e inimaginable, convertido en procesión de almas en pena, entregadas al flagelo, extenuadas hasta los imperdibles, que dio al traste con los delirios eldoretianos de la mayoria y con los motores de no pocos pilotos experimentados, causando tremenda congoja, helándole la sonrisa a la mismísima Jack o’ lantern, omnipresente también en este páramo, y dejando un reguero de pulsómetros aburridos de pitar.
Hipotecada, como quedó la competición desde un principio, y con el principal del glucógeno a deber, el interés de la misma se redujo a la mera supervivencia. A como diría el gran sabio naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, el amigo Félix; adelantar y no ser adelantado.
En resumidas cuentas la carrera en si fue toda un sofisma, un falsísimo llano en una impostada planicie, eterna por lo contumaz del gregario planteamiento colectivo, y fugaz en los garmines y en el medallero personal de cada uno.
Si bien, ocasión como ninguna para poner a prueba el pundonor y la gallardía frente al escrutinio de nuestros difuntos y antepasados, testigos en este día de esta generación que no conoció los tercios de Flandes, ni aquellos la costiña de Canedo.
Yo tuve la… Iba a decir la decencia, pero diré más bien la indecencia de rematarla con un ominoso sprint. Ominoso, por lo indigna de esta suerte, no por la casta y bravura de mi oponente, desigual en ventaja por las partidas de nacimiento, archirrival, por usar el palabro de moda, pero también por lo enraizada de nuestra porfía. Ambos, más allá de lo que hubiesen dictaminado los bolígrafos de los del color de punta fina, fuimos víctimas de esta lotería del running, que se resiste a premiar por igual a los que no corren muy distinto.
Allí mismo, y como colofón a otro palizón dominical desaforado, ya no hubo fuerzas para más. Un sorbo al agua, un mordisco a las Jalys y un chante a una manzana recién salida de la cámara frigorífica en plena temporada de manzanas. El pastelito… el pastelito servirá para recordarnos al día siguiente, que aunque en esto del running los placeres gastronómicos sean el más horrendo de los pecados, en un deporte en el que siempre, no solo en halloween, nos dan calabazas, debimos esta vez, por una vez, haber elegido el dulce.
Copyright with permission of Matogrossian Features Syndicate© 2014
Gracias a
Limiactiva por una preciosa carrera y una excelente organización.
Homo homini gallicus canis