DoctorSlump escribió: |
Mi primer intento en una media, mi primer fracaso. De la Vig-Bay me llevo la mejor impresión, desde la organización hasta el ambiente pasando por el público y el paisaje. Un diez. Para mí un cero. Me quedé sin piernas ya en el kilómetro ocho, dos bloques de cemento, dos objetos extraños que me habían salido en la cadera, dos enemigos. Fui arrastrándome otros ocho kilómetros, empeñado en llegar. A veces, en cuestas duras, vamos más rápido andando que trotando; pues bien, ayer me convertí en la primera persona que iba más rápido sentado en la acera que trotando. Y eso hice, me dejé caer en Playa América, amargado, frustrado como un niño en la playa que no tiene arena ni cubito. Al final llegué a Baiona, claro, dándome golpes en las piernas; apenas podía caminar, haciendo algún kilómetro por encima de los ocho minutos, así de mal iba. Y me sabe mal no haber disfrutado nada de esta sensacional prueba. Porque vale mucho la pena. __________________________________________ Cuando Slump K. corría una mañana después de apenas ocho kilómetros, se encontró sobre el asfalto convertido en un monstruoso insecto de piernas de madera. Estaba encorvado sobre su espalda empapada y, al bajar un poco más la cabeza, a punto ya de resbalar al suelo, vio sus patas: ridículamente pequeñas en comparación con el reto que tenía por delante, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño. Los demás corredores, una auténtica marea humana, si bien algo jadeantes permanecían tranquilos y avanzaban por la carretera. La mirada de Slump se dirigió hacia el cielo, y el tiempo cálido -casi se oían caer las gotas de sudor- le invitaba a relajarse. «¿Qué pasaría -pensó- si me parase un poco y olvidase todas las chifladuras?» Pero esto era algo absolutamente imposible, porque estaba acostumbrado a acabar las carreras que empezaba, pero en su estado actual no podía contar con su cuerpo. Aunque lanzase con mucha fuerza la pierna derecha primero y luego la izquierda, una y otra vez se volvía a balancear sobre la espalda. Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en los muslos un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido. «¡Dios mío! -pensó-. ¡Qué afición tan dura he elegido! Un fin de semana sí y otro también de viaje. Los esfuerzos son mucho mayores que en invierno, y además se me ha endosado este ajetreo de viajar, el estar al tanto de los horarios, los entrenamientos, la ropa, las inscripciones, los avituallamientos, las crónicas malas y a deshora. ¡Que se vaya todo al diablo!» Sintió en las rodillas un leve picor; quiso golpearse los muslos con las manos, pero inmediatamente las retiró, porque el golpe le producía hormigueos que bajaban hasta los tobillos. «Esto de levantarse pronto -pensó- hace a uno desvariar. El hombre tiene que dormir. Otros viven como pachás. Si yo, por ejemplo, a lo largo de la mañana vuelvo a la cafetería para beber un buen vaso de agua, estos señores todavía están sentados tomando el desayuno. O ya en la playa. Quién sabe, por lo demás, si no sería lo mejor para mí. «¡Dios del cielo!», pensó. Acabas de describir mi carrera y mis sensaciones. Chapeau ![]() (...) |
wottle escribió: | ||
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