Dom, 24 Mai 2015, 20:35
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Primer año del gato. Día 321. (23 de mayo)
freaky, el nombre de Arale se lo puse a la gata hace cerca de diecisiete años, y sigue respondiendo a él como siempre: pasando. Así que la obsesión, de ser tal (niego la mayor), ya casi forma parte de los pecados de nuestros padres.
El jueves trasladamos todo el ajuar a Carregal, estudio incluido, y cuando a la noche recompuse el ordenador encima de un taburete, el teclado en una escalerita y el ratón en la pierna derecha... no tenía ADSL. Se nos rompió el amor de tanto usarlo, o algo no estaba como tenía que estar. Solo en casa pero sin ladrones que me entretuvieran como a Macauly Culkin, sin libros ni películas ni música, sin televisión, sin sillas ni mesas ni sofá aunque con la escobilla del váter, sin internet, sentado en la esquina de la cama padeciendo el apagón digital y anímico, como un habitante de Os Ancares en invierno, me habría acostado con las gallinas (sin caer en la zoofilia) de haberlas tenido, que hasta de compañía aviar carecía. Y lo único que encontré para ojear fueron unos viejos álbumes de fotos que me pusieron más melancólico todavía. Que sea para bien (y que pese a a las quejas no sea la última mudanza, la idea es acabar viviendo en el Caribe y no en Amorín). 'Cause the houses they are a-changin'.
El fin de semana en vez de estar de limpieza nos fuimos a Cambados a visitar a Nando y Mary, mucho mejor, y a doblar carreras o parecido pues caminé en las dos, una de buen grado (etílico) y otra no. Estábamos apuntados a una curiosa competición gastrodeportiva en O Grove con motivo del concurso de pinchos. Tenía mis dudas porque hace años había ido al Rally do Viño en O Porriño, primero y único tras acabar el ganador en comisaría y alguna carta al director del Faro de Vigo. Nando hizo la selección por mí y encargó ocho vinos y una cerveza, más algunos platos que no me gustaban; también marcamos que no iríamos disfrazados, pero pensé que para andar borracho a las once de la mañana mejor llevaba algún atrezzo y que pensasen que se trataba de un performance vanguardista: pantalón corto, falda hawaiana, cinta del pelo, capa de superhéroe, diadema de fantasía y el flotador con dinosaurio. Cena copiosa y unos gin-tonics la víspera y desayuno con bollería esa mañana, listo para el show. Éramos unos veinte, casi todos en modo carnaval, una sola chica, algunas bicicletas y un montón de fotos antes de empezar, reparto de dorsales (una cosa seria ésta) e instrucciones. Estoy nervioso, no lo voy a negar, y por costumbre me pongo a hacer algún estiramiento. Veo a los rivales, hay varios que fuman, éstos parecen los más peligrosos, es gente de la noche que se las sabe todas. También un azafato en tacones que acabaría siendo mi compañero.
Bar Buenos Aires. Se sacan las bebidas y los platos numerados según la preselección de cada uno, miro mi tinto con recelo y la crema de bacalao, no tengo muchas ganas, preparados, tres, dos... ¡Alto, falta un pincho! Que no se mueva nadie. El misterio del cuarto amarillo, Los crímenes de la calle Morgue, Diez negritos. Aparece el culpable: un turista que vio aquellas cuchipandas y pensó qué bonita y acogedora es Galicia, estaba comiendo tan felizmente cuando le saltan encima con micrófono y notario, ¿y usted quién es? Nou hablou españiol, seguía sonriendo. Creo que todavía no ha entendido qué ocurrió pero éste no vuelve por aquí y contará historias de bárbaros a su regreso. Se repone la brocheta, el organizador por fin se relaja y dice que con este arranque la cosa promete, y se da la salida. Cojo mi vino, cojo la crema, busco un sitio para apoyarme... ¡y el primero ya se marcha! Uno de los que te hace pensar que non se fai un palleiro sen palla, con capacidad torácica y abdominal. Y el segundo. Y el tercero. Meto por fin la cucharilla en el mejunje... ¡y se va Nando! Con su peluca de ocho ochenta ochenta y ocho. ¿Pero esto qué es? Trago esa masa verde, bebo un poco y el speaker anuncia que ya han partido todos. Eeeh, no, falta uno. Yo. Acelero la deglución, le enseño el plato y el vaso al juez y pido permiso para marchar, como cuando era pequeño y quería levantarme de la mesa, vale, puedes irte, y ahí voy avergonzado y estresado, ¿dónde está el segundo bar?, perdido como siempre, por allí, por allí, y le doy zapatilla hasta ver el grupo festivo y relajado. Vaya susto.
Bar Balcón. Albóndigas de pulpo y langostino. Me reciben con risas, las camareras sacan fotos, me tranquilizo ya. No me gusta el pulpo, ¿pasa algo? Ni los langostinos. Se me rifan en las bodas porque el que se sienta conmigo come el doble. Pero una albóndiga es una albóndiga, no se reconoce el animal y es una masa informe, por si acaso las engullo sin masticar y las bajo con cerveza, ésta es la única de la mañana y aprovecho. Montse y María me siguen, sacan fotos, yo whatsappeo, todo bien, la azafata, un ciclista, los chinos cudeiros y un tal Juan empezamos a hacer piña. Vamos a otro. Entre copas voy esprintando por hacer el chiste aunque los locales sólo estén a diez metros de distancia.
Bar Salitre. Gambón rebozado en costra de millo. La cabeza es opcional, menos mal. Mordisqueo con miramientos, queda medio gambón allí pero me lo convalidan, sigo sacando fotos y cada vez escribo peor en el móvil. Se van quejando de que los primeros llegaron tan rápido que no tenían preparados los pinchos. No vamos a impugnar la prueba por esto. A correr que todavía falta mucho.
Casa Abel. Laconada de entretempo. Los compañeros están sentados fumando, dan ganas de echar una partidita, y ya oímos cómo han entrado los ganadores. No lo entiendo. Hablo con los camareros, con algún cliente, poso con la Nancy Rubia, bebo el vino y como el lacón, que está bueno, pasan los minutos y me acuerdo de que estoy en una carrera, adiós, adiós, gracias.
A Tapería. El pincho se llama Terra e mar, y no me preguntéis, malo no estaría, supongo. Negocié bajo cuerda para que me cambiasen el vino por un corto y me puso un boj de cerveza, el tiro por la culata. Todo está controlado, todo en su sitio (flotador, falda, diadema, estómago).
A de Mariña. Tartar de caballa. Juraría que no me gusta la caballa, pero a estas alturas no me importa nada, abajo el vino, adentro el pescado, los whatsapps van algo inconexos, tengo un momento revoltoso en el cuerpo que no pasa a mayores, la falta de entreno comienza a pesar pero todavía quedan fuerzas. ¡Vamos Arancha!
Lagar de Platería. Xurel marinado. La fastidiamos, jurel. Pero no está el bicho mirándome con sus ojos desorbitados, es un carpaccio, podría ser cualquier cosa, voy a pensar que es jamón, y encima está rico, venga que hoy soy capaz de comer lamprea, si me ve mi madre con la lata que di para ser criado. En todos los bares hay un par de platos sin tocar, algún concursante que no llegó a participar, del resto me fijo yo en no ser el último y ya está, seguimos coincidiendo más o menos los mismos calaveras, no se alcanza la fase de cánticos regionales pero nos hacemos muchos selfies.
Almacén do Avó. Ese bar está lejos, ahora toca correr de verdad. Demuestro que soy un runner habitual y futuro maratoniano, capa al viento y flotador flotante, el azafato seduce con sus encantos a uno de los ciclistas y éste la lleva detrás con las piernas de lado protegiendo su virtud. Me arrepiento de optar por la carrera en lugar de caminar, igual no fue buena idea, pero estamos a lo que estamos. Entro en la tapería como una centella. Una vez allí se pasan las prisas, lo que ocurre en los bares se queda en los bares. Otro vinito y la tapa parece un batido de melocotón. Pregunto y resulta ser tortilla con crema de rulo. Una tortilla deconstruida, decido. En ningún sitio nos han puesto un poco de jamón y una croqueta, los pinchos están trabajados. Nosotros también estamos trabajados, no sé si somos los destinatarios adecuados. Doy el parte por el móvil, estoy en el ocho y en buen estado. Y ya el último arreón.
Bogavante. No, éste es el nombre del local. El plato es lasaña de bacalao. Estamos todos juntos, el ciclista me coge cariño (o colecciona monstruos) porque se empeña en hacerse fotos conmigo, que tiene varias pero no están bien, que para este lado, que a contraluz, que otra más. Yo me dejo hacer, soy fácil cuando bebo, tómame, ciclista. Pues a lo tonto nueve pinchos, siete vinos y dos cervezas, y bastante digno. Lo festejamos, prueba conseguida, hasta que me doy cuenta de que hay que llegar a la meta. Vaya corte de rollo. Adiós muchachos, au revoir les enfants, último sprint, mi ciclista y yo, pero cuánto faltaaaa, yo en anaeróbico crecido pero decreciendo, llego por los pelos y entro en la plaza cuando ya están dando los premios y regalos y se han olvidado de nosotros, pero hago mucho ruido y aspavientos y me aplauden, Nando está eufórico porque ha ganado una camiseta (pobre, se ilusiona con nada) y quizás, sólo quizás, un poquito alegre. Nos abrazamos al muñecho hinchable que no soporta tanto cariño. Para celebrarlo nos tomamos un vino y un pincho, que venimos a palo seco. La aeromoza dice que nos invita a todos.
No me acuerdo de mucho más. Sé que fuimos a la playa (conducía Montse) y me quedé dormido al sol y ahora estoy envuelto en aloe vera, si se me estruja me escurro y salgo disparado. Que después montamos en los karts y Nando volvió a ganar, desatendiendo las más elementales reglas de la hospitalidad. A la noche vino Susi y cenamos bien para recuperar el hambre atrasada. Y que el domingo teníamos una carrera en Boiro pero ésa ya es otra crónica. Y que me lo he pasado en grande. El año que viene, puntuable en Correr en Galicia.
Tengo que encontrar los vídeos del que quedó tercero, con una GoPro en la frente. Puede ser historia del cine, un operador de cámara vomitando repetidamente, cinéma verité, dogma, realismo sucio. La vida tras el cristal.
Publirreportaje:
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones
Última edición por DoctorSlump o Sáb, 15 Out 2016, 21:55; editado 2 veces