Lun, 18 Feb 2019, 22:48
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Un año más regresamos a
Lalín, y desgraciadamente no podemos decir que haya sido con buen pie.
Dejando a un lado todo amago de suspense, os lo voy a decir directamente: Me he vuelto a lesionar.
Sí, es la vieja contractura del San Martiño, que nunca se acabó de curar del todo, y que espera pacientemente y sin desmayo, a los momentos de mayor debilidad mía, para reproducirse,
Y ayer era un día propicio, La noche anterior había estado por ahí de picos pardos, en una cena de compañeros de curro, y entre caldos varios, chupitos y botella de champán, amén de un entrecot mastodóntico, que me costó dios y ayuda digerir, no pude gozar del mercido descanso del guerrero que antes de cada carrera sería recomendable.
Las fiestas-jolgorrio y el trasnochar no son de recibo en un atleta de cuarenta y muchos inviernos, ya de por sí fondón, y poco amigo de las metodologías espartanas.
Dudé incluso de asistir, pero al final opté por arriesgarme. Eso sí, jurando y perjurándome a mí mismo que haría un buen calentamiento, cosa que incumplí. En lugar de ello me fui a tomar un café con
Isaias y Basi, a quienes aproveché para preguntar por la suerte de aquel diarista de este foro de cuyo nombre no quiero maullarme.
Y poco me pudieron decir, más allá de lo consabido: Otra víctima de la gran pandemia de lesiones que asola el gremio.
Casi tan poco como el tiempo que me quedó para cambiarme de ropa y meterme en un calentamiento relámpago en compañía de
Tiojuan.
Otro error de principiante. Nunca se debe calentar con galgos o similares. Ellos lo hacen a lo que es ya tu ritmo propio de carrera. Luego paras, te enfrías mientras esperas por ese pistoletazo que nunca llega, y que luego resulta haber sido ya, aunque no lo oyeras, y estás a punto de caramelo para convertir la mecánica interna de tu cuerpo en la de la fregoneta de los feriantes.
La carrera sale hacia abajo, y ante las primeras molestias decido retranquearme hacia el grueso del pelotón y dormir la carrera, pero una miríada de archirrivales me sobrepasa sin ningún miramiento,
Manuel, entre ellos, un
Basi disparado, con el cuchillo entre los dientes, y algun@s cuant@s más, que seguro que me la tenían guardada desde mi exhibición de poderío en Boborás, y cambio entonces mi planteamiento conservador inicial por uno más progresista, con lo cual enseguida entro en déficit y se me pone la pierna afectada, precisamente la derecha, en actitud tremendista y con la idea clara de desalojarme, por la vía rápida, de la carrera del Cocido.
Me estoy moviendo en ritmos patéticos, y lejos de atender ya a mis competidores habituales, el tira y afloja es con la funesta perspectiva de tener que abandonar en medio de ninguna parte. De hecho, como el recorrido es así, que empieza alejándose de meta, y luego da la vuelta, de poco me hubiera servido hacerlo. Desde luego no habría acortado en un ápice mis sufrimientos, y, por descontado, que no hubiera sido un final digno.
Hubiera quedado allí tirado como uno de esos camiones mazacotes que se quedan atascados en las dunas del Dakar, mientras las motos, con imuchísimos menos caballos de potencia, los rebasan dando saltos (de alegría).
El caso es que luego de buscar la postura incesantemente en la que el dolor remitiera, y sobre todo el riesgo de hacerme un estropicio todavía mayor, esto es, una receta milagrosa que me permitiera continuar, al fin conseguí dar con algo que lejanamente se le pareciera, a cambio, cómo no, nada es gratis en esta vida, de adoptar un estilo y una técnica de carrera ostensíblemente paralímpica.
Además, el Ciripolen, que se sumó al acoso y derribo contra mi persona, no quería contar bien los kilómetros, y a falta de dos, para mi desesperación, me torturaba con que eran cuatro.
Tan mal iba, que en la cuesta final, esa larga que se enrosca sobre sí misma como si fuese el látigo de un domador, llegué ya manso como un corderillo, apenas capaz de ir adelantando a algún que otro corredor que cada poco echaba a andar. Y es que en la parte de atrás de las carreras, más que una competición, lo que se vive es un drama humano. La lucha por alcanzar con bien la meta, que no es poco.
Me hubiera gustado, como en años precedentes, coger de otra guisa esa espléndida recta final lalinense, ligeramente encañonada hacia abajo, y lanzarme como un proyectil en pos de un brioso colofón esprintador.
Y la tentación, que vive arriba, pero que apela a lo más bajo, existió, aunque dios le da pan al que no tiene dientes. Meterme en esa refriega me hubiera costado, sin necesidad de ponerme a hacer números, muuuuuchos, muchísimos, meses de dique seco.
Al menos tan precaria actuación, hay que mirar siempre el lado positivo, me servirá para sumar algunos (pocos) preciosos puntitos a mi cuenta del circuito, que hace ya tiempo que está en descubierto. Perdonad que me repita, pero se podría decir, ya casi con toda seguridad, que tengo un pie en segunda. El otro, pobre criatura, ya tiene bastante ignominia con formar parte de una extremidad traidora, chantajista, chaquetera, compinchada con el enemigo, ácrata, separatista, mártir de la yihad, hacker, hater, concursante de First Dates...
¡Cuanto de incongruente hay en enfadarse con uno mismo y su organismo!
Un despropósito y a la vez pura poesía, y música celestial, para los oídos de mis archirrivales, siempre ávidos de buen flamenco.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.