Mér, 29 Mai 2019, 14:15
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Quinto año del gato. Día 323. (25 de mayo)
Si ya ni las carreras me motivan, apaga el Garmin y vámonos.
El sábado fuimos a Ferreira de Pantón, siete años después de mi última participación allí, cuando era siete años más joven y aún no soñaba siquiera con los maratones. Recordaba una bonita combinación de asfalto y senderos, una plaza, un balneario cercano, un paisano que amenazaba con colgar al alcalde de los huevos por cortar el tráfico, poco más.
Ahora la recordaré como la de la tarde en que toqué fondo.
Pasada cierta edad, si no te duele nada al levantarte es que estás muerto. Eso incluye no sólo la cama sino también el sofá y el coche. Principalmente el coche. Vernos bajar del vehículo tras una hora larga de conducción es un espectáculo oprobioso, incompatible con una prueba deportiva. Entramos en el café renqueantes. Encorvados y tullidos pero en chándal, parecíamos unos atletas apaleados por alguna mafia de amaño de resultados. Estoy a esto de que me cedan el asiento en el autobús.
En la zona de la salida Bernal sacaba fotos (un clásico). Probé a calentar y el cuerpo no respondía (otro clásico). O respondía con molestias, crujidos, digestiones inconclusas, algias varias. Desistí de negociar con él y lo fie todo a la magia de la competición. Pero si Makinavaja decía que la filosofía era para cuando no había hambre, por mi parte añado que la magia es para cuando no estás empachado.
Arrancamos, o arrancaron y yo fui arrancado, y ya en el esfuerzo inicial por recolocar los componentes anatómicos y unirme a Isaías malgasté las raquíticas energías que traía. Llevaba el no por bandera y el desánimo cundía, que es el verbo con que actúa siempre. Una vez más me pregunté por qué corría, qué afanes me movían, y tanto insistí en pedir una respuesta que antes del kilómetro dos me había parado a meditarlo.
No caminé, por diferenciarme de los andarines que a la menor dificultad se echan a pasear con naturalidad y desvergüenza. No, yo me detengo y asumo la derrota y hago pública exhibición de mi impotencia. La impotencia sin control no sirve de nada: volví a trotar cuesta arriba y alcé la mirada por buscar inspiración al frente.
Y al frente, delante de mí, destacaba una chica joven. Era ante todo, apresurémonos a dejarlo claro, mujer, madre, hermana, amante, hija, amiga, esposa, compañera, vecina, cuidadora, estudiante, trabajadora, tierra y vida, ser de luz, criatura sin mácula, amazona, deportista, empoderada, heredera del futuro y dueña de su destino, y sólo incidentalmente poseedora de otros atributos llamativos.
Fui siguiendo las curvas (de la carretera), pero no. Ni la propia Jennifer Lopez, con ser actriz, cantante, bailarina, compositora, productora discográfica, diseñadora de modas, empresaria, productora de televisión, coreógrafa, perfumista y filántropa, me habría sacudido la flojera.
En la segunda vuelta me detuve tres veces más. Una en llano. Cuatro en seis kilómetros.
Cuando tocas fondo de esta manera, si pegas el oído al suelo puedes escuchar las calderas de Pedro Botero funcionando, a los Enanos de Moria trabajando y despertando al Balrog, a Axel y Otto Lidenbrock en su viaje al centro de la Tierra.
El vaso no está medio lleno ni medio vacío, está roto en mil pedazos. Mejor: compraré un vaso nuevo e iré vertiendo el líquido con cuidado y sin pausa, a mi medida. A partir de ahora ya sólo puedo subir. ¡Hasta Chandebrito y más allá!
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones