Mér, 12 Xuñ 2019, 21:38
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
A veces, cuando meto los puntos del circuito, se me antoja un poco como hacer la declaración de la renta, en el sentido de que no sé si prefiero que me salga a pagar, consecuencia directa de que tengo unos ingresos respetables, o a devolver.
Y en cierto modo, algo parecido me pasa también con este tema de si deseo o no permanecer un año más en primera. La vida para un pececillo de colores como yo, se tornará harto complicada en un acuario lleno de tiburones tigre. Pero bueno, todo eso son futuribles, y, de momento, lo único importante es poder seguir sacando la cabeza a respirar.
Decidí pues, en connivencia con matogrosso, atreverme a un experimento sin precedentes, nunca antes realizado por mí, y adentrarme en las arenas movedizas de mis límites, o si se prefiere, limitaciones, físicas y psíquicas, afrontando el desafío de completar tres carreras en tres días, viernes, sábado y domingo, y continuar con vida (en el circuito y en la vida real).
Así, empezamos con la Semana verde de Galicia en Silleda, 7 kms y pico, en un entorno marcado por dos detalles singulares, el inseparable pestazo a estiércol durante prácticamente el noventa por ciento del recorrido, y la recompensa final en forma de medallas con alma de chocolatina. Por el medio un cuestón de padre y muy señor mío, que se nos apareció a todos sin avisar, como venido del inframundo. Más de uno casi se muere allí, y sólo del susto.
Pues sí. No pudo ser lo de una entrada triunfal entre la columnata del recinto agropecuario-festivo, pero se trataba de reservar fuerzas. En todo caso, ello no me impedirá reconocerle a Silleda su condición de capital cultural de la Galicia rural, de los de la boina, que no del birrete.
Y, sin solución de continuidad, el sábado noche tocaba mover las caderas febrilmente en Celanova. Como habíamos levantado el pie el día anterior, aún estábamos para esos trotes, pero, como con la cabellera de John Travolta, nuestra única protección ante el naufragio era haber repintado el casco y poco más.
Era una noche de esas que ni el Bernabeu en remontada europea. Ambientazo. Y, en parte por ello, pero también temeroso de no llegar con bien a la siguiente, salí decidido a darlo todo en el césped. Bueno, en realidad en esta carrera el único tramo de césped es de medio metro, y es uno de los poquitos puntos negros donde acecha el tropezón.
Fue una carrera de gran dramatismo, con momentos de duda, y otros en los que me venía arriba de manera inexplicable. Los múltiples cruces a dos aguas, y el callejeo incesante, con giros argumentales inesperados, hacen de esta popular un lugar mágico, un verdadero caramelo para los amantes del atletismo de la vieja escuela. Quienes la conocen, y ahora leen esto, saben bien de lo que hablo.
A tope, pero regulando, arreglá pero informal, voy despachando el asunto, pero en la última vuelta me superan Pipe y Xoma, y me voy, como niño con zapatos nuevos, detrás de ellos. Me estaba metiendo en camisas de once varas, pero aún no lo sabía.
Así en la última tanda de subida, aparentemente inocente, pero que se prolonga durante varias calles para demolición física y psicológica, mediante bola de derribo, de toda aspiración a triunfo, ya sea parcial o total, se me sobrevino una espantosa llaga en el talón de Aquiles izquierdo. Mentar la bincha.
Era el fin del experimento, sí, pero sobre todo por eso mismo, me obligaba a poner toda la carne en el asador, y sacar de allí, como en el incendio de Notre Dame, todas las reliquias y el arte sacro que cupiera y pudiera, en una cadena humana de sufrimiento y penitencias hasta la línea de meta.
Esa noche me fui a la cama con la sensación agridulce del deber a medio cumplir, la piel desollada, y ninguna esperanza de estar recuperado para la guinda del pastel, el colofón del circuito lucense del Corre con Nós, la Parque Frigsa.
Matogrosso, en cambio, había salido de ambas pruebas casi nuevo, como se suele decir de los vehículos de ocasión kilómetro cero.
Así pues nos levantamos al día siguiente, y veo que la cosa sigue igual, con escasa o nula mejoría, pero decido acompañar a Lugo al gemelo. Internamente la envidia me corroe, pero él, que es mejor persona, me sugiere una posible solución desesperada, tirar de la tecnología soviética meigaliciense. ¿Comorrrr?!
Y en efecto, en lugar de seguir lamiéndome las heridas, pruebo a adherirme un compeed a la ídem, y aunque no estoy muy convencido, y ya iba vestido de calle, cojo una mochila y le meto una muda de corredor, improvisada y sin glamour ninguno.
Llevaba la cámara de vídeo y el trípode, pero una vez allí, con el coche aparcado en la plaza… ¿Cómo estaba la plaza? ¡Abarrotáaaaaaaaaa!
No pude resistir la tentación. Era una locura. Pero me bajé los vaqueros allí mismo, con más indiferencia que escándalo público, y me calcé la indumentaria deportiva.
Sacar al transbordador Burán del hangar de Kazajistán donde criaba orín, para hacer que orbitase dos veces más el globo, como en su único e irrepetible viaje aeroespacial, hubiera sido menos descabellado.
Correteé un poco, con molestias, pero al ver que no iban a más, sino que aparentemente se reconvenían, finalmente di luz verde al insulto final.
Evidentemente, esta última actuación, ya no fue gran cosa. Francamente olvidable, y con regocijo de muchos archirrivales de por esas latitudes, que se frotaban las manos con mi ostensible flojera y desvaído deambular. Pero, qué rayos: Corra yo, o simplemente caliente, ríase la gente.
Bendito compeed. Lección a extraer de todo esta historia, amigos: Hay que leer más el diario de Meigalicix.
Y así fue, como matogrosso y yo, para los que tengan curiosidad (malsana), sumamos un porrón de puntos esta semana. Unos puntos que no nos garantizan ni la salvación, ni el escapar del tsunami slumpiano de fin de curso, pero que ahí están, para el recuerdo. Además, claro está, de la cojera de estos últimos tres días, y un par de noches despertándome a las tantas con pesadillas hipóxicas.
Como diría Nadal fue algo “vraiment incroyable”. Dudo que alguna vez lo vuelva a repetir… Y, ah, una última recomendación (no del todo desinteresada): No lo intenten en sus casas.
Fuera ya de la zona roja, no me siento sin embargo aún libre ni a salvo. Una amenaza fantasmal que no llego a discernir, se cierne sobre mí.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.