Mér, 21 Ago 2019, 12:38
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 43. (18 de agosto)
Padezco el síndrome de Benioff & Weiss.
El plan, el dichoso plan, tenía una fase inicial de cimentación, de construcción de la base de la pirámide mediante rodajes lentos. En las primeras cuatro semanas haría, según sus recomendaciones, ciento sesenta y cuatro kilómetros, cantidades que yo ya acorté alegremente en tiempo (tres) y distancia (ciento dieciocho) al trasladarlas a ordenador y papel.
Esta versión compacta y coqueta, colgada del corcho en colores y letras grandes, era, a priori, asequible.
Pues he hecho lo mismo que los guionistas de "Juego de Tronos". Según avanzaban las temporadas me fui apartando más y más del libro y empeorando a ojos vistas. Y encima sin el sexo gratuito (tampoco el de pago). Cada entrenamiento se parecía menos a la idea original, cada línea del calendario aumentaba el desfase. Completé únicamente noventa y seis kilómetros y medio. Expectativas contra realidad.
Sin embargo, la semana de recuperación y descanso la clavé. Y el domingo, competición. Que coincidió con Baiona, prueba que queremos especialmente (siempre lo cuento) por ser la de nuestro debut. Hace mucho, sí, pero no tanto. ¡Nunca nos inscribimos en pesetas!
Estaba en la salida sin calentar y en labor de sociales, y con el espíritu competitivo durmiendo en el coche, cuando noté un eufemismo urgente: era la llamada de la naturaleza. En atenderla en una esquina se marcharon los últimos momentos previos y me reincorporé al grupo cuando ya se alejaba, y comencé a adelantar con calma a andarines y trotones, y a aplaudir al público.
Y con esa calma subí la cuesta, sin tentaciones de parar, un pequeño logro, y tras la rampa vino un falso llano. Es mala suerte, pensé, porque sólo el 0,0075% de todos los llanos son falsos, pero cuando di con un segundo y un tercero no supe qué pensar.
Pasábamos por las calles empedradas del casco viejo entre los ánimos de la gente. Algunas señoras sacaban mangueras para refrescarnos, un hostelero ofrecía botellas de agua, los niños las palmas.
A esas alturas la calma mostraba claros signos de agotamiento, no duraría. Alcanzó para llevarme tranquilo hasta la mitad de trayecto, soltó unos estertores, falleció de pachorra. Tras ella, la tempestad. Era hora de descender y acelerar.
Tomé como referencia a evitar a un par de autistas voluntarios, de los de auriculares y aislamiento y trazado egoísta, y cogí impulso para despegarme. Con las piernas sueltas y buena disposición, me uní a un vasco de azul, a una chica de rosa, a un joven de amarillo, a un fornido de negro, y en esas compañías coloridas alargué la zancada y sostuve el ritmo. El mar a nuestra izquierda, la meta al frente, los santos que ahora ayudaban, volví a sentir, después de meses y meses, que estaba
corriendo. Corriendo de verdad.
Terminé muy contento. Saludé y felicité a conocidos e incluso, temerariamente, a desconocidos: hay que ser precavidos y no abandonar el perfil bajo, que ya sabemos que cualquier anónimo puede, aun dentro de treinta años, arruinar la carrera exitosa de un plácido domingo.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones