Lun, 21 Out 2019, 19:44
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 106. (20 de octubre)
Muchas gracias a todos.
Se me ocurre, como a esa pareja de
influencers que pidió dinero a sus seguidores para irse de vacaciones gratis, que tal vez querríais abrir una colecta entre los que leéis el diario para que yo vaya a Boston a través de una
charity. No te preguntes qué puede hacer tu gatuno por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu gatuno.
De regreso a la realidad, la realidad en la que a casi nadie le importa si he terminado o no un maratón, y si le importa es para juzgarme (hay que tener ganas, y pagáis por eso...), y el resto me pregunta de buena fe si he quedado cuarto como indico con los dedos o si la medalla que he ganado es de oro, plata o bronce; de regreso a esa realidad, ya sólo me queda encontrar una buena foto de Chicago y enmarcarla y colgarla en la pared.
Voy olvidando todo aquel calor, y despidiéndome del grupo de Facebook con el que compartí dudas, preparación, nervios e ilusiones. Pasando página. Para el siguiente volveré a cargar energías -en un par de meses- y ánimos y decisión. Sí, claro que sí. Como le contesté a aquella chica mexicana cuando añadió "si Dios quiere": y si no quiere, también.
De la distancia filipídica vine un poco cojo, por supuesto. Las secuelas físicas son al cuerpo lo que las lágrimas al espíritu: la convalidación de la aventura, un sello poco menos que imprescindible para confirmar lo que he sufrido y disfrutado. No me gustaría tanto, lo digo en serio, completar cuarenta y dos kilómetros sin unas cuantas muescas emocionales y articulares.
Pero hay daños y daños. Los hay que mueven a la solidaridad y la empatía (una fractura abierta de tibia y peroné, una cabeza ensangrentada, un ojo morado, un brazo en cabestrillo) y los hay que son impopulares y se sufren -y mucho- en silencio (las tales del anuncio, una llaga en la punta de la lengua, un uñero, una tortícolis). El que yo traía era un perjuicio de ese tipo, íntimo, escatológico, de escaso reconocimiento social, sin nombre asignado por la ciencia médica, sin asociaciones de enfermedades raras dedicadas a la causa.
Describiría la sensación, a falta de otra imagen peor, como la de ser sodomizado sin preliminares por un cactus gigante. Áspero y sentimental, cual columna periodística de Jose Luis Alvite.
¿Pero qué tienes? Nada, Montse, nada.
Con ese panorama nos presentamos en Monção para una carrera sin reglamento, sin espectadores, sin participantes apenas, sin gracia, sin chicha ni limoná ni perrito que le ladrase. Desde Valença salían los de la media, abandonaditos por la ecopista, una cosa desangelada y fría como una película independiente finlandesa.
En la otra punta, los organizadores parecían andar a la búsqueda desesperada de inscripciones y nos miraban suplicantes. Al final nos juntamos cincuenta. De cuarenta y seil mil a cincuenta en una semana, cuando regreso a la realidad regreso de verdad.
Arrancamos, ay, ay, y a la segunda, ay, pisada, ay, pedí las llaves, ay, del coche, dispuesto a parar. No era un cactus, era un táser, un hurón, una sierra, un emplasto de erizos de mar, un desmembramiento. Y sin embargo reconocí, en pleno paroxismo de dolor (¿paroxismo? Sí, señor, paroxismo, no me retracto), ese no sé qué de las lesiones en frío que mejoran con la actividad. Igual era de ésas, quizás era preferible continuar y ver, racionalicé, y además la vergüenza, esa gran motivadora.
Fui ay ay ay ay y después huy huy huy y luego oh oh y ya aaah y ajá.
Había acertado con el diagnóstico. Era ser humano de nuevo, y ser humano corredor.
Buceábamos en la niebla, por el trazado de la antigua vía de tren. Delante de mí marchaba Montse, líquida y difuminada como un espectro, y quise alcanzarla. Alargué la zancada. Gravísimo error. Fue como si me hubieran introducido un paraguas por el recto y lo hubieran abierto dentro. Sin exagerar. ¡No lo repitas! Gato escaldado, reduje la amplitud de mis pasos al umbral de seguridad (mode fast pengüin) y mantuve el ritmo, y con él me bastó para ganar posiciones.
En las barreras para las bicicletas me jugaba los riñones, en los cruces esquivaba a los de la
caminhada (siempre hay una en toda prueba en Portugal). Los pasos en el suelo mojado resonaban en el silencio de leche que nos rodeaba.
En el kilómetro cinco dimos la vuelta. Atrapé, esta vez sí, a Montse, y a unos de verde, y a la segunda clasificada, que quiso contraesprintar sin ser danesa y no, y perdí estrepitosamente el duelo con un local en la llegada a meta, tras cuarenta y siete rehabilitadores minutos.
Allí aguardamos a que Amina y Lihto acabaran su media, rodando tranquilos. Y aun así, como es habitual, Laura y Montse llevaron trofeos. Trofeos inmerecidos, por falta de rivales, casi presenciales, que son hasta tristes de recoger. Si un día me veis a mí mendigar esta clase de premios... ¡Primero! ¡He quedado primero! ¡Quietos todos!
(Primero y último. No había más en mi categoría).
Siempre supe que no me acercaría a los podios hasta ser mucho más rápido o más viejo. Es mi segundo trofeo este año. Y más rápido no soy.
Ay ay ay ay.

Sujetándome por si el desmayo
P.S.: ¿Ya no se ponen fotos de gatos o qué?
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones
Última edición por DoctorSlump o Mér, 15 Abr 2020, 22:49; editado 1 vez