Mér, 22 Xan 2020, 0:30
Asunto: Re: El diario gatuno de Slump
Cuaderno de bitácora. Sexto año del gato. Día 199. (21 de enero)
No podemos pensar de ninguna de las maneras que los gatos pertenecen a los padres humanos. Y sin embargo. En el jardín hay escaramuzas y se oyen gemidos sospechosos. Hace unas semanas dejaba constancia de un cachorro que aguardaba en prisión la revisión médica, tan mono, tan bonito, tan pequeño; hoy voy a contar lo que pasó con él a la mañana siguiente.
Lo metí en la furgoneta, no sin dificultad, porque se desplazaba de lado a lado como un loco y chocaba contra las paredes, pum, pum, y con él arrastraba el peso y el balanceo, y entre golpe y golpe bufaba amenazante y peligraban mis dedos. Avisé en el trabajo y a primera hora lo llevé a la clínica. Y ahí comenzó el espectáculo. Me encontré de inicio a un hombre desmayado en el suelo, al doctor tomándole el pulso y a un san bernardo velando por si procedía aullar al espectro del fallecido. Demasiado temprano para andar con vahídos. Aparcaron los enfermeros de la ambulancia, dieron voces, despejaron el recinto, apartaron al chucho y al galeno y a mí y mi carga y se marcharon con el flojo.
Entonces repararon en nosotros. ¿Qué era? Averiguar si este gato es él o ella (para esterilizarla). Adelante, ponlo en la mesa. Y unió su propia jaula en un extremo para el trasvase. Fácil, ¿no? No. El cabroncete del animal se acurrucó en la parte contraria y no se movía. Y probé a empujarlo por detrás, como con el hermano, hummm, vengaaaa, no seas tontooo, y levanté la trampilla apenas, apenas... ¡y ya no había nada dentro! ¡Ziiiiuuuu!
Indudablemente los perros poseen mayor capacidad de causar daño
permanente (esto es, de matarte), pero en cuanto a destrozos
temporales pocas criaturas igualan la capacidad destructiva de un gato acorralado. Saltaba, caía, rebotaba, y a su alrededor volaban probetas, jeringuillas, bebederos, gasas, jarabes, sacos de comida, botellas, gomas, vasos de plástico, fonendoscopios, arneses, monitores, lámparas, cuadros, utillaje variado. Estaba arriba, abajo, en el techo, en el aire, maullidos y estropicios mezclados, era mil gatos en uno y Caos era su nombre. Un tornado, un pandemonio, el Big Bang, un terremoto, la Gran Lavadora Cósmica centrifugando. Un espectáculo colosal y terrorífico. En la otra esquina de la habitación nos abrazábamos el veterinario y yo. Y la puerta y la salvación quedaban, por azar, inalcanzables en el rincón de la fiera.
Por fin el hombre se atrevió a sacar un guante de cuero, grosor cetrería de dragones, y fue valientemente a por el bicho. Volvió sin él. Tres veces lo intentó y a la cuarta regresó con algo, una mezcla de cuero y pelo en la que no se distinguían formas, la manopla atenazando al gato y el gato clavando colmillos y uñas en en la manopla, una pesadilla de Cronenberg, la Nueva Carne. ¡Toca, toca! ¿Que toque qué, quién, cómo? ¡Tocaaa, rápidooo, que no puedo contenerlo más! Y me ofrecía las vergüenzas (del gato) para palparlas. ¡Está meado! ¡Que toqueees! Y yo, qué remedio, boing, boing, toqué... unas bolillas, unas albóndigas, unas protuberancias suaves que lo mismo eran medios testículos que una vulva hinchada, una birria de atributos. ¿Es machooo? ¡No séééé! ¿Pero cómo que no sabeeeees? Gritábamos como en una tormenta, y el gatoguante temblaba, en cualquier momento reventaría. ¡Sujetaaa aquííí! ¿Que sujete yoooo? ¿Sin proteccióóón? ¡Sííííí! Y agarré esa zarpa desnuda (¡Qué héroe! La verdad es que sí), y el profesional, que quizás estudió esta carrera por obligación y no por vocación, que él soñaba con ser perito agrónomo o violonchelista, acercó un dedo a los bultos, los rozó, o ni eso, se aproximó y de inmediato, sospechosamente de inmediato, sentenció: ¡Es machoooo, a la jaulaaaa! ¿Seguroooo? ¡Sííííí! Aullábamos mientras las olas rompían con furia y el barco se hundía. ¡Remaaaad, remaaaad! Pero el indultado, que no agradecía el desenlace favorable para sus intereses, no quería entrar de nuevo y estiró las patas como un crucificado y se hizo fuerte en los barrotes. Por suerte, ciento cincuenta kilogramos pesan más que tres, aunque sean tres de puro Lucifer, y sin contemplaciones conseguimos de algún modo empujar y cerrar, ¡plaaas!, y el portazo sonó como un signo de interrogación, y se detuvo la vorágine, el universo soltó su último hipo y retornaron la calma y el silencio, y paró la música extradiegética, y en la pausa nos miramos y teníamos los cabellos blancos, y nos sentamos a resoplar y a reír nerviosamente y fumar un cigarrillo. ¿Esa sangre es tuya o mía? Creo que del desmayado de antes. ¡Bah, un flojo! ¿Qué te debo? Nada, nada. ¿Algo más? La vaca, que está a punto de parir; ésa mejor que la traiga Montse.
En casa le abrí la trampa al monstruo, venga, que no ha sido para tanto, que vaya imagen. Pues no, tampoco. Era el turno de no salir. Desde el fondo me observaba con una raya de malignidad en las pupilas y noté que me decía: Ya estamos los dos solos, ¡ven
ahora a tocarme los huevos!
Y yo sin desayunar.
Y cuando estas noches escucho en la finca lamentos que parecen, o no, parecen, o sí, parecen, claro que parecen de hembra en celo, me pregunto si aquel diagnóstico apresurado y cobarde habrá acertado.
Ah, que no me olvide: diez kilómetros en menos de cuarenta y nueve minutos.
Como el Ave Fénix resurjo de mis lesiones
Última edición por DoctorSlump o Mér, 22 Xan 2020, 19:37; editado 1 vez