Mar, 28 Abr 2009, 9:44
Asunto: Re: MARATON POPULAR MADRID
Pues ahí va mi rollo. Pido perdón si es muy larga.
Para empezar esta crónica hay que hacer dos pequeñas anotaciones.
En primer lugar, soy de Madrid, y aunque amo y adoro esta tierra en la que vivo, y a la que vine a vivir voluntariamente, no dejo de sentir un escalofrío cada vez que cruzo la sierra de Guadarrama y veo el cartel que anuncia…MADRID.
En segundo lugar, he corrido varios maratones, siempre en Madrid, pero el del año pasado me dejó un amargo sabor de boca, ya que en el kilómetro 30 (maldita Casa de Campo) tuve que retirarme por algo que no recuerdo cómo se llamaba, que dolía mucho, y que me dejó en el dique seco una buena temporada.
Así que con estos precedentes, el sábado cogí un avión muy madrugador y me planté en Madrid, dispuesto a enterrar fantasmas y miedos que me atacaban desde hace un año. Día previo a la carrera muy tranquilito. Mañana con amigos, comida con mis padres y tarde buscando algún juguetillo para mis dos chavales, esos que después de una carrera siempre me preguntan por qué entra tanta gente antes que yo.
Intento acostarme pronto, pero el partido del Barcelona me retiene hasta las 12. 6 horitas del tirón planchando la oreja y… ARRIBA CAMPEÓN, 42 kilómetros (y pico) de puro Madrid te esperan.
Quedo con mi tío y con mi hermano en Cibeles. Mi tío va a correr (objetivo, acabar y pasarlo bien), mi hermano está lesionado y no puede (le duele la pierna y la voluntad). Como se retrasan un poco no llego a tiempo de saludar a la gente del foro. Una pena, me apetecía conoceros y “subirme a alguno de vuestros autobuses”. Otra vez será.
El caso es que cuando dan el pistoletazo estoy solo en medio de tropecientosmil maratonianos sedientos de kilómetros y asfalto. No pasa nada, siempre he corrido solo, y aunque hoy me apetecía ir con alguien me repito mi mantra. NO PASA NADA.
Primeros kilómetros muy tranquilo. La lluvia no me molesta, es más, me agrada. Voy muy concentrado en mí mismo para no dejarme llevar por la emoción del momento y acelerarme. Tan concentrado que cuando llegamos al Bernabeu casi me llevo por delante a otro corredor porque yo seguía Castellana arriba y no me había dado cuenta de que este año se giraba a la derecha. Disculpas, risas, cachondeo y seguimos la carrera.
Cuando llegamos a Joaquín Costa (km. 11) la vista de la subida hasta Cuatro Caminos es impresionante. Ahí me pasa lo que tantas veces. Se me pone la piel de gallina y hasta parece que me quisieran salir lágrimas de la emoción. Lo controlo perfectamente, pero me parece muy pronto como para que la carrera altere mi sistema emocional. Lo consultaré con el psicólogo.
Hacia el km. 14, pasado el estadio de Vallehermoso (bueno, lo que queda de él) veo a Khene, o por lo menos a alguien que leva su camiseta. Me acerco, le saludo y nos deseamos suerte. Me dice que vamos en tiempo de hacer 4 horas.
Alberto Aguilera, Hortaleza… y salimos a la Gran Vía. IMPRESIONANTE. Lo digo en voz alta, “esto es lo más bonito” (o algo así). Khene está a mi lado. Piensa lo mismo.
Y es que para un madrileño emigrante como yo, correr por esas calles y en esas circunstancias (y todavía con pocos kilómetros) es una pasada. Aunque la llegada a la Puerta del Sol este año estaba un poco sosa (malditas obras, el día que acaben Madrid…). Eso sí, enfilamos la Calle Mayor y veo mucha gente animando, tanto que hasta se echan encima. Vuelven las emociones lacrimógenas (nuevamente controladas).
Sigo controlando el ritmo. En Bailén conozco a un grupo de Vigo. Vamos al mismo ritmo. Me uno a ellos, a partir de la media seguro que me viene bien no ir solo. (En la Casa de Campo me separo de ellos)
Transición hasta Príncipe Pío. La gente se vuelve a cerrar (parecemos ciclistas, con el público encima). Veo a mi hermano que me da ánimos y avituallamiento sólido. Me vienen muy bien las dos cosas.
Entrada en la Casa de Campo. Obras. Madrid candidata olímpica. ¿Es que no han areglado esto desde el año pasado?. ¿Es que a nadie se le ha ocurrido echar una manita de asfalto para no dejarnos los tobillos en el intento?.
Afronto la Casa de Campo con entereza, concentrado y recordando el episodio del año pasado, por eso cuando paso el kilómetro 30 me entran ganas de hacer un corte de mangas (me controlo). Paso la parada de metro de Lago, donde cogí el metro el año pasado. Me entra tal subidón que subo la cuesta de salida de la Casa de Campo adelantando gente. Bajamos por el paseo de Extremadura y al otro lado del “aprendiz de río”, en la Catedral de la Almudena repican las campanas (no es por nosotros, imagino que llamaban a misa de 12). Me quedan 10 kms. Si sigo a este ritmo calculo que haré 3:45. Veo a mi hermano otra vez, que me ofrece un gel. Paso y le digo que le invito a una buena cerveza en la meta. Voy “sobrao”.
Km. 34. Ya vemos el Vicente Calderón. En mis visualizaciones previas de la carrera aquí empieza el tramo final. Noto unos pequeños pinchazos en los gemelos ¿Será psicosomático?. Otra nueva pregunta para el psicólogo.
Virgen del Puerto, Ronda de Segovia, Paseo Imperial. Sólo queda aguantar, tirar, no parar, no quiero andar. Veo a Ivanno y le saludo, aunque no estamos para mucha conversación. Yo me encuentro muy bien, pero empieza a invadirme el miedo de pinchar en cualquier momento. Me repito los nombres de mi mujer y de mis hijos, como un nuevo mantra.
Llevo mucho rato viendo los globos de 3:45, y poco a poco me voy acercando a ellos. Cuando tomo la cuesta de Alfonso XII, a falta de poco más de 2 kilómetros les alcanzo, pero no consigo superarlos. Noto que bajo el ritmo, pero me da igual. Es poco, me queda poco, y voy a acabar. Son kilómetros muy largos (¿alguien los ha medido bien?).
Cuando llegamos a la Plaza de la Independencia y enfilamos la calle Alcalá las emociones vuelven a alterarse, y más cuando la gente te apoya, y el grito tantas veces escuchado esta mañana de “venga, que ya queda poco” por primera vez se hace realidad. Entro en el Retiro, y ahí ya sé que me toca empezar a disfrutar. Mi hermano me grita desde las vallas y me dice que apriete. No puedo, y se lo digo con una sonrisa de oreja a oreja. Casi me apetece llorar, pero ahora sí que no, que hay que salir majo en la foto. Los últimos 195 metros se los dedico a mi mujer y a mis hijos, y repito machaconamente sus nombres (Gloria, Yago, Pablo).
META. Paro el crono y veo 3:43:10. Mi mejor marca. Lo he conseguido. Mi hermano vuelve a llamarme desde las vallas, me acerco y me felicita. Vuelvo a la fila para que me den la medalla, y entonces sí, paso de todo, ya no necesito controlar nada y me echo a llorar. No es que deje escapar unas lagrimitas, no. Lloro desconsoladamente.
No sé qué emoción es. No es tristeza, ni dolor, ni alegría. Es un torrente de emociones simplemente. Me hacen una foto con la medalla (a ver qué cara he sacado). Y el tópico vuelve a cumplirse. Ya estoy pensando en el próximo maratón. Le preguntaré al psicólogo.