Dom, 22 Nov 2020, 17:42
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
¿Quién me iba a decir a mí que estaría saliendo a correr un sábado por la tarde? Pues sí.
Sería en otros tiempos abonarme a la soledad más estricta, disponiendo del paseo del río por completo para mí, con sus luces y con sus sombras, pero no en estos.
Inunda la muchachada los caminos, canales y puertos, y no es plato de gusto. Al engorro ya de por sí de tener que andar esquivando, súmesele alguna que otra burla y/o pitorreo, destinado a poner de manifiesto lo desigual de la lucha contra los achaques y la curva de la felicidad. Ánimos no deseados y adhesiones fingidas, que buscan escarnecer antes que alentar, pero que saliendo de la boca de alguna que otra jovencita de vida alegre, surten sin embargo el efecto de espolearme en mi orgullo atlético, dentro de lo que cabe.
Culpa de todo esto lo tiene sin duda mi baja forma física y la cadencia cochinera, pero son los efectos secundarios de esta pandemia eteeeeeeerna.
Servir de entretenimiento y fiesta jolgorio a todos estos exiliados del ocio etílico, podría ser el único y pequeño problema, pero hay más. Innumerables hordas de paseantes de todas las edades que aprovechan las temperaturas, anómalas para esta época del año, para sacudirse el muermo de las cuatro paredes de sus casas, y a los que acompañan sus perros. Sí, sus perros.
Y por muy cinófilo que uno sea, llega la cosa a un punto que cansa. Sobre todo cuando un pequeño puñado de pelo, un flequillo con patas, se te pone a ladrar como un poseso a menos de medio metro. Todo lo malo que te podría causar es un tropezón, un traspiés si acaso, y sin embargo, ¿a santo de qué tanto mal genio? Muy molesto, sí.
Tanta gente aquí metida, con el Covid amo y señor de todo lo visible e invisible, y los glaciares de la Antártida a punto de caer como un jarrón chino… El mundo está perdido y sálvese quien pueda.
Es tal vez el fin, el tantas veces anunciado apocalipsis, y nunca acaecido, que ahora que lo tenemos a la vuelta de la esquina, como quien dice, todo el mundo calla, no vaya a ser.
Y pese a estar todo patas arriba, al menos el Papa Francisco lo tiene claro, nada de guardar el sexto o el trigésimo noveno mandamiento… La verdad os hará libres.
En fin, cambiemos de tema porque no quiero hablar…
Evidentemente, al estar el Ciripolen escacharrado, no puedo certificar la fiabilidad de mis guarismos personales y todo es a ojo de buen cubero. ¿Os conté ya que el viernes por la noche, después de haberse descargado por fin completamente, lo enchufé a la corriente, justo a las 00:00, para ver de traerlo de nuevo al buen camino?
Pues la cosa salió un churro. El muy granuja despertó de la anestesia a las 22:03, dando a entender que la próxima vez que lo intente habrá de ser a las 2:00 de la mañana, obligándome a trasnochar, y por si fuera poco ya con todo el trastorno que me está causando.
Es desde luego muy difícil entenderse con un artefacto al que durante tanto tiempo se le ha estado tratando como el niño bonito de la casa.
Pero bueno, dejémoslo correr.
Echando cuentas: De casa a Oira, de ahí al parque de la Lonia, con los conejos en confinamiento severo en sus madrigueras, y vuelta hacia atrás hasta las fuentes medicinales del Tinteiro, no llegando a pisarlas, no vaya a ser que de alguna asociación de conservación del patrimonio me tilden de australopiteco, rucio, truhan, campechano y otras lindezas semejantes.
En el regreso a casa, ya el aforo del paseo estaba más controlado, y sus gentes eran más gentiles, pero de los grupúsculos juveniles seguían alcanzándome emanaciones penetrantes, no a cannabinoides como tantas y tantas otras veces, sino a pura y dura humanidad. El mítico olor a tigre.
Está mal, ya te lo digo yo, la economía de un país cuando sus conciudadanos no se lavan un sábado antes de salir. Parece acaso que hubiéramos gastado todo el jabón en refregarnos las manos a degüello, y dado carta blanca al sobaquillo.
En fin, quiera dios que venga pronto, nos la inoculen sin más dilación, y que descienda sobre nuestras cabezas como paloma blanca, la vacuna esa salvadora del ARN.
- ¿Mensajero?
- No. No te exagero nada de nada.
Pues eso.
Diría que hice en torno a los 8 o 9 kilómetros… ¡Qui lo sá! Pero, al fin y al cabo, qué tanto importa en esta época que nos ha tocado vivir de diversiones proscritas y carreras únicamente reducidas a las de la farmacopea.
Pfizer dice 90 por ciento de efectividad, Moderna dice 94.5. Pfizer pide carta y contraataca: 95 por ciento, elimino toda la carga viral, aligero la carga viril, y me llevo una. Esto ya parece este santo foro con los hilos de majors y MMP’s. Y eso sin contar el factor Kratos, del que ya nadie se acuerda, ni se quiere acordar.
Pero no podemos echarle la culpa ni a este, ni a aquel, ni al de más allá, de toda esta pesadilla barata, telefilme de ciencia ficción, en el que se nos ha reservado un papel análogo al de las geishas de godzilla. Tragar con lo que nos echen.
Puedo decir no obstante que el placer de llegar al portal de mi casa y bajarme la mascarilla es algo nuevo que me alegro de haber descubierto. Pasar del masoquismo runner a la autosuffocation, es solo el comienzo. Ya veremos que nos depara la existencia cuando llevemos todos instalado el chip de Bill Gates en el diodeno de abajo, y, en contra de nuestra voluntad, se nos corra el chorrito de chocos en su tinta a lo Giuliani.
Con este panorama, sólo pido pues una cosa. Que la señora Minducha rompa su silencio, que con su sabiduría nos ofrezca un rayo de esperanza, bien que fulminante. Que no nos deje a la deriva, rehenes de nuestro santo capricho, tan cercenado ahora por la autoridad sanitaria de turno, bruja mala de este cuento de nunca acabar.
Pero que va a hacer la pobre señora, si ya ni siquiera una mísera taza de tinto se puede sacar del pipo.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.