Mér, 24 Mar 2021, 19:08
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
¡Qué cosa la tecnología!
Bueno, aún estoy un poco conmocionado, pero, afortunadamente, pude sobreponerme y salir ayer a hacer unos kilometrillos.
Y es que el domingo, a traición, recibí en mi whattsap unas imágenes que, oiga, ni las del Perseverance en Marte.
Eran fotos de una señora. Y podría darles un nombre falso, pero no lo voy a hacer… Llamémosle pues la señora X.
¿Que qué tiene de particular la señora X?
Pues, bueno, no voy a dar pistas lo suficientemente evidentes que den al traste con todo el misterio, piccolo misterio en cualquier caso, pero digamos que es alguien de quien por aquí se habla mucho. Una, por así decirlo, “influencer” del Papalegüense. Influencer que, al menos por ahora, no se ha ido aún a los valles pirenaicos de Andorra la Vella, ni parece tampoco probable que vaya a hacerlo, con o sin Covid…
¡¿En que sitio va a estar mejor que aquí?!
Pues bien, en las instantáneas posaba la señora X con un gato entre sus brazos, un animal ya también metido en años, y todo para más afrenta y escándalo público.
Así que, comprenderéis lo turbado que estoy desde entonces, y la mucha falta que me hace recobrar la forma física y la serenidad.
Yo soy aún para muchas cosas párvulo y tierno infante, y lo único que me delata es el número de bastidor. Señal de que alguna que otra perrería he hecho y sigo haciendo, en la medida de lo posible, pero nada más.
No obstante, ayer, sin ir más lejos, vi la oportunidad de hacer una de mis travesuras.
Era ya tarde, con el parque de la Lonia largo acomodado al crepúsculo, pero la temperatura, inusualmente excelente, invitaba a quedarse más rato, y a desafiar esas oscuridades que tanto me atemorizan otras veces.
Así que, ya prácticamente la noche encima, tiré hacia la parte de arriba, saliéndome antes a la civilización, para luego volver a internarme por uno de sus muchos vericuetos, ajenos a los no iniciados.
El contraste entre la calle, de aceras amplias y bien iluminadas, y las veredas del parque, estrechas y engullidas por una negrura espesa, ya es de sobra suficiente para disuadir a cualquiera que no haya completado correcta y satisfactoriamente el desarrollo de sus atributos viriles, ¡y aun así!
Pues bien, ¿no va y se mete a cañón una muchacha que venía de arriba, corajudamente y sin ningún temor de dios?
¿A dónde va esta insensata? Estaba ya un servidor acogotado, y dudando si no dar media vuelta, cuando asisto perplejo a la jugada.
Bueno pues, egoístamente me dije, vamos allá entonces. Fuera miedos. De las dos cebras ya sabemos cual es la que va a perseguir el león.
Pero entonces, la chavala, que andaba un poco teniente de su sexto sentido, giró instintivamente la cabeza y me vio, y claro, comenzó a apretar el paso. Dentro de su imaginativa, y no sé si muy bien amueblada, cabecita, ya había león del que escapar.
Quién dice león, dice los hermanos Montoya con mascarilla.
Ah, sí, eh? Me dije. ¿Ahora te entra el canguelo? Pues nos vamos a divertir un poco.
Me puse a su estela, eso sí, guardando en todo momento la distancia de seguridad Covid, pero lo suficientemente cerca como para que sintiera mis pasos aproximándose. Nunca más allá de lo que constituiría un casus belli, pero sin soltar la presa.
Y me consta que el chute de adrenalina debió ser de los de mírame y no me toques, y que la señorita, vestida de negro de arriba abajo, en lo que erróneamente consideró suficiente camuflaje, debió pasar un nada desdeñable mal rato.
Durante esos dos minutos de terror ciego, me regalaba a mí mismo la autoestima pensando en que en el caso de producirse un suceso de verdad - ¡Atención, esto no es un simulacro! - siempre podría yo encarnar el papel de héroe en la sombra. De estar en el momento y el lugar adecuado, convertido en retén de vigilancia y rescate.
Pero hasta ahí los valores a futuros, y todo lo que da de sí el guión, llevado a la gran pantalla mental, yo, que me estremezco vivo cada vez que cruje una rama, y que el otro día, por cruzarme con uno al que no vi hasta casi tenerlo delante, casi salto al río.
Como en su día dejó dicho Alfonso XIII: ¡Anda que no se ha puesto cara la carne de gallina!
Terminado todo el tramo en tinieblas, se pasa bajo la pasarela y luego se retoma el camino hacia arriba, en un repecho monstruoso, de puro vertical, pero ya con luz abundante de las farolas del paseo del Miño. Allí, la aventurada joven, había por fin doblado la cerviz, y creyéndose ya a salvo de la amenaza fantasma, trataba de recuperar el poco resuello que le quedaba.
Un entreno de calidad, que me debía, eso seguro.
Llegué a su altura entonces y seguí mi camino, como si nada hubiera pasado, que, en el fondo, es lo que había pasado. Nada de nada.
Aunque no pasan más cosas porque dios no lo quiere. Y la verdad es que, muchas veces lo pienso, cada vez que ocurre algo así, si no me la estaré yo jugando con estas tonterías.
Es tan fácil como que la chica siga luego dando vueltas por allí, a la postre pase algo - algo ominoso - y mañana diga alguien que me vio entrar detrás de ella al parque, perdiéndonos de vista por donde ya sólo la justicia será quién de dilucidar.
Afortunadamente nadie va a la cárcel por intimidar al prójimo, y en los periódicos de hoy, los titulares siguen siendo para las mil y una mociones de censura, que ya no asustan a nadie, de nuestra clase política. Dicho sea, lo de “clase”, con toda la sorna que quepa imaginar.
Pero claro, lo necesitaba. Necesitaba trasladar a una tercera parte el susto que llevaba yo en el cuerpo desde el domingo. Pasar la bola.
No fue poca cosa os lo aseguro, y una persona con afecciones nerviosas, como un servidor, no puede recibir ese sobresalto así, a bocajarro. ¿Qué fue de aquellos letreros que advertían de que lo que va a ver el espectador puede herir su sensibilidad?
No, esto no se me hace. Ya tengo yo una edad que no estoy para navajeros al doblar la esquina.
Pero claro, os hablo de algo de cuya magnitud tal vez jamás podríais ser siquiera mínimamente conscientes, y que sólo viendo lo que yo vi, solo pudiendo posar vuestros ojos sobre esas fotos escalofriantes, sobre el cuerpo del delito, gato senil incluido, llegaríais a interiorizar.
Quizás la única forma de expurgar mis demonios sea publicándolas aquí, compartiendo con todos la visión punzante, inmunizadora y esterilizante, de la señora X. Quizás necesitemos una catarsis colectiva, en estos tiempos que corren, y que no se detienen.
Tiempos desesperados requieren de soluciones desesperadas.
Allá va pues la foto, que vino del más allá al más acá, para martirio de tibios y descreídos.
Ajá, ¿De verdad pensabais que la iba a poner? ¿Y la maldición de cien años a la que me expongo?
No, nunca me lo agradeceréis lo suficiente.
Edito: Al momento de esta impresión, ya os habrá llegado por otros canales clandestinos, pero por lo que a mi respecta, no estaba de Dios.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.