Mér, 11 Ago 2021, 18:46
Asunto: Re: El Correo Papalegüense (edición online)
Estos días no he escrito nada en el diario, y cuando os cuente el por qué, lo entenderéis perfectamente. Y es que a veces, sinceramente, se le quitan a uno las ganas de todo, y por desgracia, siente vergüenza de compartir este mundo con según qué personas. ¿He dicho personas?... No, ni eso.
Por fortuna eso no ha impedido que se siguieran sucediendo a buen ritmo las jornadas de monos aulladores.
Lunes 2, 7’69 kms en 41:24
Miércoles 4, 7’70 kms en 42:57
Viernes 6, 7’69 kms en 42:00
Domingo 8, 7’66 kms en 41:50
Como se puede ver, la distancia recorrida en lo que respecta a la semana completa, es más que aceptable. Más de 30 kilómetros. No ya homologable a lo de antes de la “plandemia”, sino muy, pero que muy, mejorado.
Y esto, claro, por sí solo debería hacerme feliz, pero, lamentablemente, en las actuales circunstancias, nada puede.
Y lo cierto es que me enteré de la noticia de refilón, por medio de mi hermana, que al volver de pasear a su perra se detuvo a hablar con la vecina de enfrente, y coincidió que yo captase algunos fragmentos de la conversación.
“Se encontró malito”, “que colleron e o levaron o veterinario a todo correr”, decía la señora, y mi hermana replicaba “ya notaba yo algo raro con respecto al año pasado y que iba más tranquila con la perra, pero no sabía por qué”.
El por qué, al parecer, tomó la forma de un cebo de carne con alfileres. El tan cacareado método, un superventas de las redes antisociales, para liquidar mascotas ajenas, bien sea por molestas, o por pura antipatía hacia ellas o sus dueños, cuando no ambos. Típico de parques y jardines urbanos, y llevado a cabo por vecinos anónimos sin escrúpulos, que deliberadamente ignoran la posibilidad de víctimas colaterales.
Desde luego, animados a ello por el hastío de tener que lidiar con excrementos, ladridos o comportamientos agresivos, bien de los chuchos o sus acompañantes bípedos, pero que, aun así, no tiene ética ni justificación de ningún tipo.
“O canciño nunca se lle botara a naide. Nunca.” seguía diciendo la señora. “Era moi bruto, moi escandaloso, de acordo. Moito de facer o castrón, de sacá-lo fouciño de diante polo buraquiño, pero nada máis. Protector do seu, e punto”. “Hay xente mala, mala de verdad”.
“Pois, según me dixeron, que o pasou fatal o pobriño, vomitando sanghre, chorando e laiándose cousa mala… Bueno, unha salvaghada”.
Y claro, todas las piezas del rompecabezas iban encajando, al tiempo que una sensación de desconsuelo hacía presa en mí. Entre atónito y emocionalmente abatido, tenía yo además que soportar que la señora, que había advertido mi presencia, y mis escuchas clandestinas, escudriñase mis reacciones a la noticia, puesto que además de ofrecer información, ella también estaba a la labor de obtenerla, y sin duda, me situaba, nos situaría a nosotros – todo el que corre es porque algo malo ha hecho - en lugar destacado de su lista de sospechosos.
Posiblemente el radar social del vecindario se hubiese percatado de la mucha atención que le habíamos estado prestando al bicho, sin venir a cuento, estos días. O qué sé yo, sería cosa simplemente del sexto sentido que desarrolla la gente acostumbrada a traficar con los dimes y diretes locales.
Así que, allí me teníais, haciendo el duelo por el crimen que había acabado con Leo, el magnífico, el incomparable perro de Femón, oro de ley en cuanto que material para el diario, y al mismo tiempo teniendo que mantener la compostura ante los ojos inquisidores de la policía vecinal.
Y claro, nunca hubiera yo imaginado que una cosa así pudiera suceder. Tal vez sí en la ciudad, pero jamás en un pueblo con fincas, huertas y toda clase de animales y plantas, vivero de toda clase de insectos, algunos de ellos bastante chungos y fastidiosos, que uno admite desde un principio que van a formar parte del paisaje de las vacaciones.
Pero también es cierto que entre los veraneantes siempre existe esa posibilidad de que alguno decida hacer la travesura, o la maldad… Y hasta el año que viene.
Disfrutar algunos días del revuelo creado, del drama colectivo, pero sin dar el tiempo suficiente para que las pesquisas encaminadas a dar con los perpetradores lleguen a buen puerto.
El caso es que la esquina en la que vivía Leo, ahora ya no es un estrecho paso dominado por el miedo y el sobresalto, sino otra cualquiera, una más de tantas, en medio de un trayecto por otra parte apacible y salutífero.
Pero yo no puedo evitarlo, lo que siento ahora al pasar por ahí es rabia. La furia que vomitaba aquel feroz, pero a la vez espléndido, animal, se me concentra ahora en el pecho, y no hay forma de hacerla salir. Y sin embargo he de seguir pasando por allí apresurado y con angustia, por el temor de que alguien pueda señalarme o insinuar mi implicación en tan deplorable, tan deleznable, fechoría.
Por lo pronto, matogrosso y yo hemos decidido homenajear a nuestro querido animal, secretamente, abordando un reto de dimensiones extraordinarias.
Y hemos pensado que solo podríamos estar a la altura de los acontecimientos, dejando a un lado los habituales entrenos de monos aulladores, lanzándonos a conquistar una alta cumbre desde la que divisar toda la ría de Arousa, y, una vez en su cima, reivindicar al perro de Femón para la posteridad. Y de paso alzar al cielo nuestro grito, y nuestra súplica, por la pronta identificación y captura del hijo, o de los hijos, de mil padres, que acabaron con su trágica, pero al fin majestuosa, existencia.
Os daremos pues, más adelante, puntual información de cómo discurre todo esto, y mientras tanto, aquellos que hayáis sentido la pérdida de nuestro amigo, podéis dedicarle una oración por su eterno descanso.
Naturalmente siempre y cuando no penséis que me he inventado todo esto, cual equipo de guionistas de teleserie barata, para deshacerme de un personaje que estaba cobrando excesivo protagonismo, y restándomelo a mí, que, qué diablos, este es mi diario, y yo soy aquí quien pone el té y las pastas, el sudor y la hemoglobina, quien se estruja las neuronas, y quien se mete las kilometradas en el cuerpo, para que un vulgar cuadrúpedo, pulgoso esquizofrénico, me reduzca a la condición de mero pregonero de su coléricas manifestaciones de ardor perruno.
Esta publicación no es un juguete, no se la dé a niños menores de 100 años. No la arroje al fuego, ni aún vacía de contenido. En caso de intoxicación accidental acuda a la mayor brevedad posible al servicio de urgencias psiquiátricas más cercano.